Raves en el Metaverso: la doble cara de las fiestas electrónicas virtuales, entre la inclusión y el riesgo

Raves en el Metaverso: la doble cara de las fiestas electrónicas virtuales, entre la inclusión y el riesgo
En el entorno vir­tual, inclu­so las fies­tas elec­tró­ni­cas se ha rein­ven­ta­do, crean­do un fenó­meno que atrae a miles de per­so­nas. En pla­ta­for­mas como VRChat, mul­ti­tu­des se conec­tan digi­tal­men­te a even­tos elec­tró­ni­cos clan­des­ti­nos, popu­lar­men­te cono­ci­dos como “raves”, don­de con­ver­gen músi­ca, psi­co­de­lia, liber­tad de iden­ti­dad y, de mane­ra preo­cu­pan­te, dro­gas. El caso es que esta ten­den­cia de carác­ter híbri­do entre­la­za la pro­me­sa de inclu­sión y eva­sión con ries­gos que ape­nas comien­zan a ser com­pren­di­dos.

Des­de la como­di­dad y segu­ri­dad de una habi­ta­ción, equi­pa­dos con gafas de reali­dad vir­tual y auri­cu­la­res a todo volu­men, miles de per­so­nas se sumer­gen cada noche en expe­rien­cias de fies­ta elec­tró­ni­ca que, por su natu­ra­le­za, difí­cil­men­te ten­drían lugar en el mun­do físi­co. Son las raves digi­ta­les: esce­na­rios inmer­si­vos, luces psi­co­dé­li­cas y beats fre­né­ti­cos, todo des­de casa. Sin embar­go, entre los píxe­les y el soni­do, tam­bién cir­cu­lan sus­tan­cias como keta­mi­na, MDMA y alcohol, echan­do com­bus­ti­ble a un cóc­tel de emo­cio­nes con pocos lími­tes y con­trol.

Inclu­sión y esca­pis­mo: el lado lumi­no­so de las raves vir­tua­les

La revis­ta Wired ha retra­ta­do este fenó­meno cre­cien­te en pla­ta­for­mas como VRChat, don­de usua­rios de todo el mun­do han encon­tra­do una nue­va for­ma de conec­tar. Per­so­nas como Luna, una joven holan­de­sa, o Hee­lix, un DJ ber­li­nés de 61 años, son ejem­plos de asis­ten­tes a estas fies­tas, don­de han des­cu­bier­to un espa­cio libe­ra­dor. Al rom­per barre­ras geo­grá­fi­cas, de edad y de géne­ro, dichos espa­cios vir­tua­les pro­me­ten un sen­ti­do de comu­ni­dad, diver­si­dad y, para muchos, un anhe­la­do esca­pis­mo.

Para algu­nos par­ti­ci­pan­tes, las raves vir­tua­les han repre­sen­ta­do inclu­so un sal­va­vi­das emo­cio­nal. “Esta­ba atra­pa­da en casa, sin tra­ba­jo ni ami­gos. Las raves vir­tua­les me die­ron otra vida”, rela­ta Luna, des­ta­can­do el impac­to posi­ti­vo que estas expe­rien­cias han teni­do en su bien­es­tar men­tal y social, ofre­cien­do una alter­na­ti­va a la sole­dad y el ais­la­mien­to.

Este entorno digi­tal pro­por­cio­na un espa­cio don­de los usua­rios pue­den expe­ri­men­tar con su iden­ti­dad, uti­li­zan­do ava­ta­res que les per­mi­ten explo­rar face­tas de sí mis­mos que posi­ble­men­te no se atre­ve­rían a mos­trar en un entorno coti­diano. La liber­tad de expre­sión y la posi­bi­li­dad de inter­ac­tuar con per­so­nas de diver­sas cul­tu­ras y orí­ge­nes sin las pre­sio­nes socia­les del mun­do físi­co son atrac­ti­vos inne­ga­bles que impul­san la par­ti­ci­pa­ción en estas comu­ni­da­des vir­tua­les.

Dro­gas, vacío legal y ries­gos para la salud men­tal: el lado oscu­ro

A pesar de pare­cer el país de las mara­vi­llas, este fenó­meno vir­tual tam­bién exhi­be un lado oscu­ro sig­ni­fi­ca­ti­vo. Las sus­tan­cias psi­co­ac­ti­vas no que­dan al mar­gen de estas expe­rien­cias. Usua­rios como O’Rourke, un irlan­dés de 38 años, rela­tan expe­rien­cias con hon­gos alu­ci­nó­ge­nos que se mez­clan peli­gro­sa­men­te con los mun­dos vir­tua­les. “No dis­tin­guía entre la alu­ci­na­ción y el entorno de reali­dad vir­tual. Fue un desas­tre”, rela­ta. O’Rour­ke, en la actua­li­dad, pre­fie­re la keta­mi­na, argu­men­tan­do que armo­ni­za mejor con lo vir­tual, lo que reve­la un preo­cu­pan­te patrón de bús­que­da de com­pa­ti­bi­li­dad entre sus­tan­cias y entor­nos digi­ta­les.

Y es que, a dife­ren­cia de las dis­co­te­cas tra­di­cio­na­les, don­de exis­ten fil­tros de entra­da, per­so­nal de segu­ri­dad y nor­ma­ti­vas visi­bles, las raves en VRChat ope­ran en una suer­te de vacío legal. No hay entra­das, ni filas, ni aglo­me­ra­cio­nes físi­cas, pero tam­po­co una regu­la­ción efec­ti­va que con­tro­le lo que suce­de den­tro de estos “mun­dos”. Cual­quier usua­rio pue­de crear un “mun­do rave” y con­ver­tir­lo en un esce­na­rio para fies­tas que pue­den exten­der­se por horas o inclu­so días. Algu­nas de estas, como PSHQ, incor­po­ran inclu­so con­te­ni­do sexual explí­ci­to, ava­ta­res eró­ti­cos y entor­nos “sex-posi­ti­ve” que, si bien abren paso a nue­vas for­mas de expre­sión, tam­bién plan­tean serios inte­rro­gan­tes sobre la explo­ta­ción y la segu­ri­dad de los par­ti­ci­pan­tes.

El pro­ble­ma se agra­va expo­nen­cial­men­te con la fal­ta de mode­ra­ción efec­ti­va. Aun­que pla­ta­for­mas como VRChat han imple­men­ta­do herra­mien­tas de blo­queo y veri­fi­ca­ción de edad, sigue sien­do posi­ble que meno­res acce­dan a espa­cios explí­ci­tos o que usua­rios bajo los efec­tos de dro­gas extre­mas pon­gan en ries­go su pro­pia salud men­tal. Las his­to­rias que cir­cu­lan son alar­man­tes: des­de ava­ta­res que colap­san en ple­na sesión has­ta repor­tes de emer­gen­cias médi­cas tras sobre­do­sis vin­cu­la­das a estas “expe­rien­cias digi­ta­les”. El peli­gro es real, inclu­so si el cuer­po del usua­rio está sim­ple­men­te fren­te a una pan­ta­lla.

El com­po­nen­te emo­cio­nal y psi­co­ló­gi­co no es menor. Según Maria Balaet, del Impe­rial Colle­ge de Lon­dres, el uso de dro­gas en entor­nos vir­tua­les pue­de inten­si­fi­car la sobre­car­ga sen­so­rial y pro­vo­car diso­cia­cio­nes mucho más seve­ras que en la vida real. “Un mal via­je en VR es peor, por­que readap­tar­se al mun­do físi­co es ago­ta­dor”, advier­te Balaet, lo que visi­bi­li­za la com­ple­ji­dad y los ries­gos psi­co­ló­gi­cos de estas expe­rien­cias inmer­si­vas.

Aun así, para muchos par­ti­ci­pan­tes, las fies­tas vir­tua­les son solo el comien­zo de una explo­ra­ción más amplia. Algu­nos DJs que comen­za­ron en el ámbi­to digi­tal han logra­do dar el sal­to a even­tos pre­sen­cia­les, y varios asis­ten­tes rela­tan cómo, gra­cias a la con­fian­za y la socia­li­za­ción adqui­ri­da en las raves vir­tua­les, se sin­tie­ron más segu­ros a la hora de asis­tir a una fies­ta real por pri­me­ra vez. “No pen­sé que algún día ten­dría el valor de ir a un espec­tácu­lo”, admi­ten algu­nos, mos­tran­do cómo el meta­ver­so pue­de ser un bene­fi­cio­so tram­po­lín hacia expe­rien­cias en el mun­do físi­co.

La pre­gun­ta que per­ma­ne­ce en el aire sigue sien­do urgen­te: ¿Esta­mos pre­sen­cian­do el sur­gi­mien­to de una nue­va fron­te­ra cul­tu­ral y social, o nos encon­tra­mos ante un espe­jis­mo tecno-psi­co­dé­li­co que ape­nas empie­za a mos­trar sus pri­me­ras grie­tas y peli­gros? El fenó­meno de las raves vir­tua­les con­ti­núa evo­lu­cio­nan­do, y con él, la nece­si­dad de un deba­te más pro­fun­do y serio sobre sus impli­ca­cio­nes a lar­go pla­zo.

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