Haití: cuando el desastre son los medios de comunicación

Haití: cuando el desastre son los medios de comunicación

Por Rebec­ca Sol­nit.

Inme­dia­ta­men­te des­pués de cada desas­tre, comien­zan los crí­me­nes: impla­ca­bles, indi­fe­ren­tes al sufri­mien­to humano y gene­ra­do­res de más sufri­mien­to. Quie­nes lo come­ten salen impu­nes, y viven para seguir come­tien­do crí­me­nes con­tra la huma­ni­dad. Se preo­cu­pan menos por la vida huma­na que por la pro­pie­dad. Actúan sin aten­der a las con­se­cuen­cias.

Estoy hablan­do, huel­ga decir­lo, de los medios de comu­ni­ca­ción de masas, cuya fal­sa repre­sen­ta­ción de lo que ocu­rre en un desas­tre logra a menu­do pro­pi­ciar o jus­ti­fi­car una segun­da ola de desas­tres. Estoy hablan­do del tra­ta­mien­to que se da  de las víc­ti­mas, como si de cri­mi­na­les se tra­ta­ra, tan­to sobre el terreno como en las noti­cias, y del aplau­so que se otor­ga a la des­via­ción de recur­sos des­ti­na­dos al res­ca­te, hacia los que se eri­gen en patru­lle­ros de la pro­pie­dad. Cuan­do toda­vía tie­nen las manos rezu­marn­tes de san­gre del hura­cán Katri­na, ya se las man­chan de nue­vo en Hai­tí.

Por ejem­plo, a los pocos días de pro­du­cir­se el terre­mo­to de Hai­tí, Los Ange­les Times publi­có una serie de foto­gra­fías, con sus corres­pon­dien­tes pies infor­man­do recu­rren­te­men­te sobre “saqueos”. En una se veía a un hom­bre tira­do en el sue­lo, boca aba­jo, con este pie: “Un poli­cía hai­tiano redu­ce a un sos­pe­cho­so de saqueo que lle­va­ba un saco de leche en pol­vo”. El dul­ce ros­tro del hom­bre mira a la cáma­ra supli­can­te, angus­tia­do.

Otra foto­gra­fía se rotu­la­ba así: “Con­ti­núa el saqueo en Hai­tí tres días des­pués del terre­mo­to, a pesar de que se des­ple­ga­ron más poli­cías en el cen­tro de Puer­to Prín­ci­pe”. La ima­gen mos­tra­ba a una som­bría muche­dum­bre vagan­do entre derrui­das colum­nas de hor­mi­gón en un pai­sa­je en el que, mani­fies­ta­men­te, poco podía haber de valor para lle­var­se.

Una ter­ce­ra ima­gen lle­va­ba el siguien­te pie: “Un saquea­dor se hace con rollo de tela de un comer­cio des­trui­do por el terre­mo­to”.

Y otro: “El cuer­po de un fun­cio­na­rio de poli­cía yace en una calle de Puer­to Prín­ci­pe. Le dis­pa­ró acci­den­tal­men­te un com­pa­ñe­ro al con­fun­dir­lo con un saquea­dor”.

La gen­te esta­ba toda­vía atra­pa­da entre los escom­bros. Un locu­tor de la Tele­vi­sión aus­tra­lia­na con­si­guió res­ca­tar a una peque­ña que había sobre­vi­vi­do 68 horas sin agua ni ali­men­tos, huér­fa­na, pero recla­ma­da por un tío que había per­di­do a su mujer emba­ra­za­da. Otros esta­ban espan­to­sa­men­te heri­dos, espe­ran­do una ayu­da médi­ca que no lle­ga­ba. Cen­te­na­res de miles, tal vez millo­nes, nece­si­ta­ban, y siguen nece­si­tan­do, agua, ali­men­tos, cobi­jo y pri­me­ros auxi­lios. Los medios de comu­ni­ca­ción adop­tan dos pos­tu­ras dia­me­tral­men­te opues­tas en los desas­tres. Algu­nos se salen de su papel habi­tual ¿obje­ti­vo?, para res­pon­der con sen­si­bi­li­dad y ayu­da prác­ti­ca. Otros sacan el arse­nal de cli­chés y mitos per­ni­cio­sos, para lan­zar­se una y otra vez al asal­to de los super­vi­vien­tes.

El “saquea­dor” de la pri­me­ra foto muy bien podría haber ido en bus­ca de leche para sus niños y bebés ham­brien­tos, pero para los medios de noti­cias ese no era el pro­ble­ma más urgen­te.

El “saquea­dor” encor­va­do bajo dos enor­mes rollos de tela muy bien podría estar lle­van­do a las per­so­nas heri­das y que habían per­di­do su hogar y nece­si­ta­dos de cobi­jo un medio para cons­truir tien­das impro­vi­sa­das para gua­re­cer­se de un feroz sol tro­pi­cal.

Las imá­ge­nes comu­ni­can deses­pe­ra­ción, pero no acti­tu­des cri­mi­na­les. Sal­vo qui­zas, los dis­pa­ros de un poli­cía a su cole­ga: debían estar tan obse­sio­na­dos con la pro­pie­dad que se vol­vie­ron impru­den­tes en lo que toca­ba a la vida huma­na. Resul­ta­do: un hom­bre murió sin moti­vo alguno en un pai­sa­je ya satu­ra­do de muer­te.

En los últi­mos días se ha ido infor­man­do de dis­tin­tos enfren­ta­mien­tos con armas, y pue­de que eso sea hari­na de otro cos­tal. Pero ¿y el hom­bre con la leche en pol­vo? ¿Es real­men­te un delin­cuen­te? Pue­de que haya más casos, pero lo que he vis­to no me con­ven­ce.

¿Y qué harías tú?

Ima­gi­na, lec­tor, que tu ciu­dad se ve total­men­te des­trui­da por un desas­tre. Tu casa ya no exis­te, y ya gas­tas­te hace días todo el dine­ro que lle­va­bas enci­ma. Tus tar­je­tas de cré­di­to no sir­ven para nada, por­que no hay ya elec­tri­ci­dad para pro­ce­sar los car­gos a cuen­ta de las mis­mas. En reali­dad, no hay ya siquie­ra alma­ce­nes, ban­cos, comer­cios ni nada que com­prar. La eco­no­mía ha deja­do de exis­tir.

Pero al ter­cer día estás ya muy ham­brien­to, y el agua que sacas­te a pri­sa y corrien­do de casa ya se ago­tó. La sed es har­to peor que el ham­bre. Pue­des pasar varios días sin comi­da, pero no sin agua. Y en el cam­pa­men­to impro­vi­sa­do en el que te hallas hay un vie­jo a tu vera que pare­ce al bor­de de la muer­te. Ya no con­tes­ta nada cuan­do tra­tas de con­for­tar­le ase­gu­rán­do­le que todo este caos pasa­rá, segu­ro. Los bebés no dejan de llo­rar, y sus mamás están entre la ten­sión angus­tia­da y el des­con­sue­lo.

Así que deci­des salir para ver si algu­na orga­ni­za­ción de ayu­da huma­ni­ta­ria ha lle­ga­do ya y está dis­tri­bu­yen­do algo. Y lo úni­co que des­cu­bres es que hay otro millón de seme­jan­tes en situa­ción de aban­dono y pri­va­ción, y que no es pro­ba­ble que lle­gue ayu­da nin­gu­na pron­to o cer­ca. El chi­co del comer­cio de la esqui­na ya ha dado todos sus bie­nes a los veci­nos. Esa ofer­ta se aca­bó ya. Es lo más nor­mal del mun­do que, cuan­do ves la far­ma­cia con las ven­ta­nas rotas o el super­mer­ca­do, no te lo pien­ses dos veces y te lan­ces a por la caja de galle­tas ener­gé­ti­cas o unos cuan­tos litros de agua que pue­den man­te­ner­te con vida, así como ayu­dar­te a sal­var un puña­do de vidas.

Pue­de que el vie­jo no se mue­ra, que los bebés pon­gan fin a la llan­ti­na y que a las madres les cam­bie la expre­sión del ros­tro. Otros deam­bu­lan tam­bién tran­qui­la­men­te para con­se­guir algo. Tal vez sean gen­tes como tú y ese litro de leche que el que está a tu lado aca­ba de lle­var­se sir­va pron­to de ali­vio en algún sitio. No has man­ga­do nada en una tien­da des­de que tenías 14 años, y tie­nen un mon­tón de dine­ro a tu nom­bre; pero eso no sig­ni­fi­ca nada aho­ra.

Si te haces con estos pro­duc­tos, ¿eres un delin­cuen­te? ¿Tie­nes que ter­mi­nar patea­do en el sue­lo por un poli­cía que te espo­sa con las manos atrás? ¿Tie­nes que ter­mi­nar oyén­do­te lla­mar saquea­dor por los medios de comu­ni­ca­ción inter­na­cio­na­les? ¿Tie­nes que ser aba­ti­do a tiros en la calle por­que la sobre­rreac­ción a los desas­tres, a todos los desas­tres, sue­le traer con­si­go la impo­si­ción de la pena de muer­te sin el bene­fi­cio del debi­do pro­ce­so sólo por ser sos­pe­cho­so de un deli­to menor con­tra la pro­pie­dad?

¿O eres un res­ca­ta­dor? ¿No es la super­vi­ven­cia de las víc­ti­mas de los desas­tres más impor­tan­te que la pre­ser­va­ción de las rela­cio­nes coti­dia­nas de pro­pie­dad? Esa far­ma­cia, ¿es más vul­ne­ra­ble, más víc­ti­ma, está más nece­si­ta­da de ayu­da por par­te de la Guar­dia Nacio­nal que tú, o que esos peque­ños dese­chos en llan­to, o que los milla­res toda­vía atra­pa­dos entre rui­nas a pun­to de morir?

Es bas­tan­te obvio cuá­les son mis res­pues­tas a estas pre­gun­tas, pero no pare­ce tan obvio en el caso de los medios de comu­ni­ca­ción. Desas­tres tras desas­tre, al menos des­de el terre­mo­to de San Fran­cis­co en 1906, los que están en el poder, los que dis­po­nen de rifles y tie­nen la fuer­za de la ley tras de sí a menu­do se preo­cu­pan más por la pro­pie­dad que por la vida huma­na. En una situa­ción de emer­gen­cia la gen­te pue­de morir, y mue­re, por cau­sa de esa per­ver­ti­da jerar­quía de valo­res. O son aba­ti­dos a tiros por hur­tos meno­res o ima­gi­na­dos. Los medios de comu­ni­ca­ción no sólo acep­tan eso, sino que regu­lar­men­te, repe­ti­da­men­te, ayu­dan a pre­pa­rar el camino e inclu­so, a incu­bar esa reac­ción.

Si las pala­bras mata­ran

Nece­si­ta­mos des­te­rrar la pala­bra “loo­ting” [saqueo] de la len­gua ingle­sa. Invi­ta a la locu­ra y nubla las reali­da­des.

“Loot” [saqueo, saquear], el sus­tan­ti­vo y el ver­bo, es una pala­bra de ori­gen hin­dú que refie­re a los des­po­jos de la gue­rra o a otros bie­nes más o menos incau­ta­dos. Como hizo notar en su día el his­to­ria­dor Peter Line­baugh , “en una épo­ca, loot sig­ni­fi­ca­ba la paga del sol­da­do”. Entró en la len­gua ingle­sa como bue­na par­te del saqueo [loot] pro­ce­den­te de la India entró en la eco­no­mía ingle­sa: en los bol­si­llos de los sol­da­dos o en for­ma de incau­ta­cio­nes impe­ria­les.

Tras años de entre­vis­tar a super­vi­vien­tes de desas­tres y de leer infor­mes de pri­me­ra mano y estu­dios socio­ló­gi­cos de desas­tres como el bom­bar­deo ale­mán de Lon­dres en 1940 y el terre­mo­to de la Ciu­dad de Méxi­co en 1985, no creo en el saqueo. Hay dos cosas que pasan en los desas­tres. El grue­so de lo que ocu­rre podría lla­mar­se requi­sa de emer­gen­cia. Alguien que podrías ser tú, alguien en cir­cuns­tan­cias deses­pe­ra­das como las des­cri­tas más arri­ba, se hace con lo nece­sa­rio para sos­te­ner la vida huma­na a fal­ta de cual­quier otra alter­na­ti­va. No sólo no lla­ma­ría yo a eso saqueo; es que ni siquie­ra le lla­ma­ría hur­to.

La nece­si­dad es un exi­men­te en caso de vio­lar la ley, en los EEUU y en otros paí­ses, aun se apli­ca más a la con­fis­ca­ción de las lla­ves del coche de un con­duc­tor borra­cho que a ali­men­tar a niños ham­brien­tos. Coger cosas que no nece­si­tas es hur­to bajo cual­quier cir­cuns­tan­cia. Lo que es, de acuer­do con el soció­lo­go de los desas­tres Enri­co Qua­ran­te­lli ‑que ha veni­do estu­dia­do el asun­to des­de hace más de medio siglo‑, algo rarí­si­mo en la mayo­ría de desas­tres.

El bene­fi­cio per­so­nal es lo últi­mo en lo que la mayo­ría de las per­so­nas pien­san des­pués de un desas­tre. En esa fase, los super­vi­vien­tes son casi inva­ria­ble­men­te más altruis­tas y están menos ape­ga­dos a sus pro­pie­da­des, menos preo­cu­pa­dos por los pro­ble­mas de apro­vi­sio­na­mien­to a lar­go pla­zo, el esta­tus, la rique­za y la segu­ri­dad, de lo que pue­da con­ce­bir como posi­ble cual­quie­ra que no se halle en tal situa­ción. Los mejo­res infor­mes y repor­ta­jes sobre Hai­tí sólo des­ta­can esta reali­dad de los desas­tres: gen­tes que se han que­da­do prác­ti­ca­men­te sin nada se arman de pacien­cia y bus­can com­par­tir lo poco que tie­nen y apo­yar a quie­nes se hallan en una situa­ción aún peor.

Los medios de comu­ni­ca­ción son hari­na de otro cos­tal. Tien­den a lle­gar obse­sio­na­dos con la pro­pie­dad y los titu­la­res que les pue­den ofre­cer el asal­to a la pro­pie­dad pri­va­da. Cana­les de tele­vi­sión y perió­di­cos sue­len lla­mar “saqueo” a cual­quier cosa, con lo que inci­tan la hos­ti­li­dad hacia las víc­ti­mas, así como una sobre­rreac­ción his­té­ri­ca por par­te de las auto­ri­da­des arma­das. O bien ocu­rre a veces que los perio­dis­tas sobre el terreno hacen un buen tra­ba­jo, pero los direc­ti­vos ins­ta­la­dos en sus cómo­das ofi­ci­nas ama­ñan según les intere­sa los pies de foto y edi­tan cabe­ce­ras y titu­la­res cap­cio­sos.

Uti­li­zan tam­bién inco­rrec­ta­men­te la pala­bra “páni­co”. Entre gen­tes comu­nes en situa­cio­nes crí­ti­cas, el páni­co es una cosa muy rara. A una muche­dum­bre esca­pan­do de una muer­te cier­ta los medios de comu­ni­ca­ción la lla­ma­rán una mul­ti­tud pre­sa del páni­co, aun cuan­do esca­par es la úni­ca cosa razo­na­ble que se pue­de hacer. En Hai­tí siguen infor­man­do que hay comi­da sin dis­tri­buir por mie­do a las “estam­pi­das”. ¿Creen que los hai­tia­nos son gana­do?

La creen­cia de que, en situa­cio­nes de desas­tre, las per­so­nas (sobre todo si son pobres y no son blan­cos) se com­por­tan como gana­do, o como ani­ma­les, o como locos e impre­vi­si­bles, vie­ne regu­lar­men­te a jus­ti­fi­car el gas­to de dema­sia­da ener­gía y de dema­sia­dos recur­sos en tareas de con­trol ‑los mili­ta­res nor­te­ame­ri­ca­nos lo lla­man ¿segu­ri­dad?-, que se sus­traen a su uso en tareas de auxi­lio. Una voz de fon­do con acen­to bri­tá­ni­co de la cade­na CNN comen­ta una toma en la que se ve a gen­te corrien­do hacia el lugar en el que un heli­cóp­te­ro está arro­jan­do tiran­do pro­vi­sio­nes dicien­do que hay una “estam­pi­da” , y aña­de que esta entre­ga “ame­na­za con pro­vo­car el caos”. El caos exis­te ya, y no pue­des car­gar­lo en el debe de estas gen­tes deses­pe­ra­das por hacer­se con un poco de comi­da y de agua. O pue­des hacer­lo, pero enton­ces estás con­tri­bu­yen­do a per­sua­dir a tu audien­cia de que se tra­ta de per­so­nas indig­nas y de poco fiar.

Vol­va­mos al saqueo: evi­den­te­men­te, pue­des con­si­de­rar que la acu­cian­te pobre­za de Hai­tí y sus falli­das ins­ti­tu­cio­nes son un desas­tre de lar­ga lar­ga dura­ción que alte­ra las reglas del jue­go. Podría haber gen­tes que no sólo estu­vie­ran intere­sa­das en hacer­se con las cosas que nece­si­tan para sobre­vi­vir en los pró­xi­mos días, sino con cosas que nun­ca tuvie­ron dere­cho a tener, o con cosas que pudie­ran nece­si­tar el mes pró­xi­mo. Téc­ni­ca­men­te, esto es robo, pero a mí ni me sor­pren­de ni me tur­ba; lo que me resul­ta per­tur­ba­dor es que antes del terri­ble terre­mo­to lle­va­ran vidas de pri­va­ción y deses­pe­ra­ción.

En tiem­pos nor­ma­les, el hur­to menor sue­le con­si­de­rar­se un deli­to. Nadie se sien­te agra­via­do. De no man­te­ner­se a raya, los hur­tos meno­res podrían aca­so desem­bo­car en situa­cio­nes en las que se mul­ti­pli­ca­rían los robos, etc. De esta for­ma se pue­de razo­na­ble­men­te argüir que, en tal caso, hay que repri­mir una posi­ble efc­to en cade­na. Pero nada de eso es par­ti­cu­lar­men­te rele­van­te en un pai­sa­je de terri­ble sufri­mien­to y muer­tes en masa.

Un buen núme­ro de ter­tu­lia­nos de pro­gra­mas radio­fó­ni­cos y otro per­so­nal de los medios de comu­ni­ca­ción toda­vía siguen indig­na­dos con que la gen­te cogie­ra tele­vi­so­res des­pues del hura­cán Katri­na que azo­tó  Nue­va Orleáns en agos­to de 2005 . Des­de que empe­cé a pen­sar y hablar con la gen­te sobre lo que pasa tras un desas­tre, he oído muchas cosas sobre esos con­de­na­dos tele­vi­so­res. Aho­ra bien; ¿qué es más impor­tan­te? ¿Los tele­vi­so­res o las vidas huma­nas? La gen­te esta­ba murién­do­se en teja­dos, en tórri­dos áti­cos y en pasos ele­va­dos, esta­ba aban­do­na­da a su suer­te en todo tipo de terri­bles cir­cuns­tan­cias en la Cos­ta del Gol­fo en 2005, cuan­do los medios de comu­ni­ca­ción domi­nan­tes comen­za­ron a obse­sio­nar­se con el saqueo, y el alcal­de de Nue­va Orleáns y el gober­na­dor de Lui­sia­na tomó la deci­sión de cen­trar sus esfuer­zos en la pro­tec­ción de la pro­pie­dad, no de la vida huma­na.

La mani­pu­la­ción mediá­ti­ca lle­gó a tal pun­to, que una pan­di­lla de hom­bres blan­cos del otro lado del río de Nue­va Orleáns resol­vió tomar­se la jus­ti­cia por su mano y comen­zó a dis­pa­rar. Apa­ren­te­men­te, con­si­de­ra­ban cri­mi­na­les y ladro­nes a todos los negros, y dis­pa­ra­ron sobre muchos. Pare­ce que algu­nos murie­ron; había cuer­pos desan­grán­do­se, expues­tos al sol de sep­tiem­bre lejos de la zona de las inun­da­cio­nes; un buen hom­bre que tra­ta­ba de salir de la ciu­dad en rui­nas a duras penas logró sobre­vi­vir. Y los medios mira­ron para otro lado. Me lle­vó meses poder sim­ple­men­te cubrir esta his­to­ria. Esa pan­di­lla de blan­cos arma­dos que decían estar pro­te­gien­do la pro­pie­dad, pero que nun­ca con­si­guie­ron demos­trar que sus pro­pie­da­des estu­vie­ran ame­na­za­das, se jac­ta­ban de matar negros. Y com­par­tían valo­res con los medios de comu­ni­ca­ción domi­nan­tes y con las auto­ri­da­des de Lui­sia­na.

¿Por qué, cuan­do la admi­nis­tra­ción Bush sub­con­tra­tó ser­vi­cios pri­va­dos de emer­gen­cia ‑como auto­bu­ses de eva­cua­ción en el caso del hura­cán Katri­na- a ávi­dos ami­gue­tes que saca­ron sucu­len­tos bene­fi­cios por pro­por­cio­nar ser­vi­cios caros, infruc­tuo­sos y a des­tiem­po en los momen­tos de máxi­ma urgen­cia, no lla­ma­mos a eso saqueo?

O, cuan­do un puña­do rica­cho­nes de Wall Street deci­dió jugar con una nece­si­dad huma­na bási­ca como la vivien­da. Bueno, ya pilláis la idea.

Woody Guth­rie can­tó una vez que “algu­nos te roban a pun­ta de revól­ver, y otros, a pun­ta de esti­lo­grá­fi­ca”. Los tipos del revól­ver (o de los mache­tes, o de las nava­jas) son más foto­gé­ni­cos, y los tipos de la esti­lo­grá­fi­ca no sólo no ter­mi­nan en la cár­cel, sino que aca­ban en McMan­sio­nes con gara­jes para cua­tro auto­mó­vi­les, y a veces, ele­gi­dos ‑o desig­na­dos- para algún alto car­go.

Apren­der a ver en las cri­sis

En las pasa­das navi­da­des, el padre Tim Jones, de York, pro­vo­có una con­mo­ción en Ingla­te­rra cuan­do dijo en un ser­món que el hur­to en comer­cios y cade­nas de super­mer­ca­dos podía ser un com­por­ta­mien­to acep­ta­ble en el caso de los deses­pe­ra­dos. Ni que decir tie­ne, fue un escán­da­lo. Jones dijo a Asso­cia­ted Press: “Lo que digo es que cuan­do cerra­mos cual­quier vía social­men­te acep­ta­ble a los nece­si­ta­dos, el úni­co camino que que­da es aquel que es social­men­te inacep­ta­ble”.

Casi todo el deba­te se cen­tró en la cues­tión de por­qué robar en los comer­cios cosas que no se nece­si­tan o no sir­ve para nada. Bueno, la comi­da le sir­ve al ham­brien­to, un hecho tan paten­te, que resul­ta extra­ño has­ta tener que enun­ciar­lo. Los medios por los que se acce­de a ella son cues­tión apar­te. El deba­te siguió cen­tra­do más en el hur­to que en la cons­ta­ta­ción de que en el ver­de y pla­cen­te­ro pai­sa­je de Ingla­te­rra haya gen­te tan deses­pe­ra­da, que robar en los comer­cios ha lle­ga­do a ser su úni­ca opción. Por no men­cio­nar la cues­tión de si el sufri­mien­to humano inne­ce­sa­rio cons­ti­tu­ye ya por sí mis­mo un cri­men.

Aho­ra mis­mo, el caso es que el pue­blo de Hai­tí nece­si­ta ali­men­tos, y a pesar de toda la publi­ci­dad, el sis­te­ma inter­na­cio­nal de dis­tri­bu­ción de víve­res ha cons­ti­tui­do has­ta aho­ra un fias­co. Así las cosas, irrum­pir en un alma­cén de víve­res de la las Nacio­nes Uni­das ‑con comi­da pre­su­mi­ble­men­te des­ti­na­da a los pobres hai­tia­nos en un momen­to catas­tró­fi­co- podría no ser “vio­len­cia”, o “saqueo”, o “vio­la­ción de la ley”. Podría ser pura lógi­ca. Podría ser la vía más efec­ti­va de satis­fa­cer nece­si­da­des deses­pe­ra­das.

¿Por qué había antes del terre­mo­to tan­ta gen­te ham­brien­ta en Hai­tí? ¿Por qué tene­mos un pla­ne­ta que pro­du­ce comi­da bas­tan­te para todos y un sis­te­ma de dis­tri­bu­ción que hace que mil millo­nes de noso­tros no ten­gan un acce­so decen­te a esa abun­dan­cia? Son pre­gun­tas, cuya res­pues­ta no admi­te demo­ra.

Y toda­vía más peren­to­rio: nece­si­ta­mos com­pa­sión para quie­nes sufren en Hai­tí y unos medios de comu­ni­ca­ción que cuen­ten la ver­dad sobre ellos. Me atre­ve­ría a pro­po­ner pies de foto alter­na­ti­vos para el repor­ta­je de Los Ange­les Times, amo­do de mode­lo para todos los desas­tres futu­ros.

Empe­ce­mos con la ima­gen del poli­cía espo­san­do al hom­bre de ros­tro angus­tia­do:

“Igno­ran­do que hay toda­vía milla­res atra­pa­dos bajo los escom­bros, un poli­cía abor­da a una víc­ti­ma que cogió leche en pol­vo. En un Hai­tí con millo­nes de ham­brien­tos, sigue sin haber una ade­cua­da dis­tri­bu­ción de víve­res”.

¿Y qué hay del tipo con unos rollos de tela a la espal­da?:

“Como en todos los desas­tres, la gen­te corrien­te mues­tra una extra­or­di­na­ria capa­ci­dad de impro­vi­sa­ción, rollos de tela como éstos se están usan­do para impro­vi­sar gran­des som­bri­llas en Hai­tí”.

Para el poli­cía aba­ti­do:

“El exce­so de celo ins­ti­tu­cio­nal a la hora de pro­te­ger la pro­pie­dad se cobra gra­tui­ta­men­te una víc­ti­ma, como sue­le pasar en las cri­sis. Y mien­tras tan­to, un sin­nú­me­ro de per­so­nas segue atra­pa­da entre escom­bros”.

¿Y la muche­dum­bre de supues­tos saquea­do­res?:

“Super­vi­vien­tes ima­gi­na­ti­vos res­ca­tan de entre las rui­nas de su mun­do los medios para sos­te­ner la vida”.

Pue­de que este últi­mo pie no sea muy exac­to, pero es mucho más vero­sí­mil que el otro. Y lo que es de todo pun­to exac­to en Hai­tí aho­ra mis­mo, como siem­pre en la toda Tie­rra, es que la vida huma­na vale más que la pro­pie­dad; que los super­vi­vien­tes de una catás­tro­fe mere­cen nues­tra com­pa­sión y la com­pren­sión de sus pro­ble­mas. Y que vivi­mos y mori­mos mer­ced a pala­bras e ideas y es deses­pe­ra­da­men­te cru­cial ser­vir­se bien de ellas.