La economía colaborativa es el nudo de la discusión: para unos es sinónimo de oportunidad, para otros de esclavitud y abuso.
Como antecedente, en un primer momento la llegada a España de servicios como Uber, Deliveroo o Glovo, generó una gran expectación que pronto comenzó a desinflarse cuando las desventajas de estos modelos de negocio comenzaron a notarse.
Hay quienes apuntan a que la llamada “gig economy”, la economía de los encargos que ofrece trabajos temporales, no ha hecho más que aumentar la precariedad laboral, convirtiendo a jóvenes, parados y población activa pero laboralmente excluida en “modernos” esclavos, fomentando el intrusismo laboral y generando competencia desleal en ciertos sectores del mercado.
En contraparte, quienes se muestran a favor de este nuevo concepto, lo ven más como una manera de avivar el mercado y una oportunidad laboral para aquellos que quieran ganar un dinero extra de forma fácil, flexible y “a medida”.
El punto de encuentro entre estas dos actitudes es la regulación, que al día de hoy no existe y genera un vacío que es aprovechado por numerosas compañías, como Amazon.
El gigante el e‑commerce se ha convertido en objeto de críticas por su política laboral. Su deseo de reducir costes para mantener los precios por los suelos y no tener rival en el mercado digital, ha llevado a la compañía a que sean sus proveedores los que paguen el pato.
Hasta hace apenas 6 meses, Amazon trabajaba con diferentes empresas de paquetería para hacer llegar sus pedidos a los clientes. Sin embargo, los enormes volúmenes de paquetes a precios ridículos, hicieron que muchas de ellas comenzasen a desvincularse de la compañía. Así, comenzaron a llegar pequeñas empresas que, en una posición menos ventajosa, comenzaron a aceptar las condiciones de Amazon haciéndose así con un trozo de la enorme tarta.
Ahora, Amazon ha traído a España un nuevo modelo de entrega que suscita algunas dudas. Se trata de Flex, un servicio al más puro estilo Glovo, en el que son autónomos los que, con sus propios vehículos, reparten los pedidos de la compañía y, por supuesto, asumen los costes implicados: seguro del coche, mantenimiento, gasolina o impuestos.
Sus centros de Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia ya cuentan con el servicio. Con un pago de 14 euros por hora, son muchos los que han optado por esta actividad como complemento salarial que, si bien no saca de pobre a nadie, se ha convertido en una forma de llegar a fin de mes.
Los que se oponen a este modelo argumentan que las condiciones bajo las que opera Amazon son abusivas tanto para el sector, incapaz de competir con los bajísimos precios de la compañía, como para las empresas de paquetería, que han visto reducido su porcentaje de la tarta y, para los trabajadores.
De hecho, estos últimos deben asumir la responsabilidad de la mercancía que transportan, con Amazon desentendiéndose de cualquier problema que pueda surgir en el proceso. Aun así, los centros de las compañías rebosan de coches cada mañana que hacen interminables colas para repartir los encargos. De hecho, hay poco volumen para tanta demanda, y solo los más hábiles y rápidos, tecnológicamente hablando, pueden escoger sus horarios de trabajo a través de la app.