Cuando una marca decide someterse a un proceso de rebranding, el riesgo que asume no se limita al rediseño visual. Lo más delicado está en la comunicación: cómo explicar ese cambio sin perder la esencia, cómo mantener la conexión con quienes ya conocían la marca y, al mismo tiempo, atraer a nuevos públicos. Un rebranding es, en esencia, un ejercicio de transformación que, si no se ejecuta con una coherencia comunicativa rigurosa, puede ocasionar una pérdida de confianza o incluso el rechazo de parte de la audiencia.
La coherencia comienza en la estrategia, según los expertos. Antes de modificar logotipos, tipografías o mensajes, es imprescindible tener clara la razón detrás del cambio, los objetivos que se persiguen y el posicionamiento deseado. Este análisis estratégico es el que permite que todas las decisiones posteriores mantengan una narrativa común y reconocible. Un ejemplo perfecto de este enfoque es MOEVE, la marca que ha sabido desvincularse de su identidad histórica ligada al sector petrolero para proyectar una nueva imagen centrada en la movilidad sostenible y la transición energética. Este cambio no ha sido solo visual, sino global y estratégico, acompañado de un reposicionamiento claro y coherente con su transformación empresarial.
El cambio comienza por la comunicación interna
El proceso de un rebranding exitoso debe empezar “desde dentro de la organización”. Los equipos internos son los que primero deben comprender, asumir y sentirse incluidos en el cambio antes de que este se comunique al exterior. La comunicación interna es fundamental para alinear a los trabajadores con la nueva identidad, mitigar posibles resistencias y asegurar una transición fluida. Solo cuando el mensaje está consolidado y aceptado internamente, se puede empezar a construir un relato externo coherente.
Enrique Rodríguez, director de Comunicación Externa y Reputación en Moeve, ha destacado la importancia de este proceso integral: “Ha sido importante el desarrollo de acciones teniendo en cuenta a todos nuestros grupos de interés. Teníamos claro que los medios, las administraciones públicas, los sindicatos y las ONG tenían que entender bien el por qué de nuestra transformación y nos hemos esforzado mucho en explicar y comunicar esos hitos”. Su declaración confirma que la transparencia y el diálogo con todos los públicos son la base para legitimar el cambio. Una vez que la marca está lista para el exterior, el storytelling actúa como un puente vital entre la historia pasada de la marca y su nueva etapa, explicando la lógica detrás de la evolución y haciendo que sea comprensible para la audiencia.
Un enfoque integral y medible
El despliegue de un procesi de rebranding debe ser integral. Cada punto de contacto con el público, desde el sitio web y las redes sociales hasta la atención al cliente, debe reflejar el nuevo lenguaje de la marca. La falta de este enfoque unificado tiene como consecuencia la confusión y la pérdida de credibilidad en una marca. En cambio, la coherencia en todos los canales es lo que construye una identidad fuerte y creíble.
Además de la ejecución, es crucial medir el impacto del cambio. Evaluar cómo se percibe la nueva identidad, su posicionamiento frente a la competencia y si se han logrado los objetivos previstos permite ajustar la estrategia de comunicación y reforzar aquellos aspectos que aún no han calado en la audiencia. En síntesis, un rebranding bien planificado implica una revisión profunda de la identidad, una narrativa bien articulada y una ejecución cuidadosa que respete los valores de la marca, sin dejar de evolucionar. Solo de esta manera se consigue que el cambio no sea solo visible, sino también asumido y comprendido por todos.