¿Periodista o impostor?

¿Periodista o impostor?

Año 1898. La polí­ti­ca exte­rior espa­ño­la se encuen­tra ya abo­ca­da al desas­tre: la insu­rrec­ción en Cuba cuen­ta con el res­pal­do de los Esta­dos Uni­dos, cuyos intere­ses eco­nó­mi­cos apun­tan tru­cu­len­tos hacia las últi­mas pose­sio­nes espa­ño­las en Amé­ri­ca. En este con­tex­to, un pecu­liar per­so­na­je, direc­tor de perió­di­co, va a pro­ta­go­ni­zar ‑con un úni­co obje­ti­vo: ven­der más ejem­pla­res- una de las pági­nas más oscu­ras en la his­to­ria de la Pren­sa escri­ta, crean­do y mani­pu­lan­do a su anto­jo una reali­dad que iba a desem­bo­car en la pér­di­da para Espa­ña de Cuba, Puer­to Rico y Fili­pi­nas. Su nom­bre: William Ran­dolph Hearst.

La suce­sión de des­ta­ca­dos epi­so­dios his­tó­ri­cos que han pasa­do a la pos­te­ri­dad bajo la expre­sión “el Desas­tre de Cuba” dis­ta mucho de englo­bar­se en el terreno de lo pura­men­te mili­tar. Y es que ‑como reco­no­cen los inves­ti­ga­do­res- la insu­rrec­ción de los inde­pen­den­tis­tas cuba­nos, el apo­yo reci­bi­do de los Esta­dos Uni­dos, la ulte­rior decla­ra­ción de gue­rra de este país con­tra Espa­ña y la pér­di­da en com­ba­te de las últi­mas pose­sio­nes colo­nia­les espa­ño­las en Las Amé­ri­cas son hechos bajo los que sub­ya­cen aspec­tos de extra­or­di­na­rio inte­rés para el mun­do de la Comu­ni­ca­ción, en este caso repre­sen­ta­da por el medio pre­do­mi­nan­te en la épo­ca: la pren­sa escri­ta.

De esta mane­ra, la “Gue­rra de Cuba” fue, ade­más de una con­fla­gra­ción béli­ca, una con­fron­ta­ción perio­dís­ti­ca. Dos paí­ses enfren­ta­dos, dos ejér­ci­tos en pug­na y dos visio­nes opues­tas de la reali­dad repre­sen­ta­das por los prin­ci­pa­les perió­di­cos de ambas nacio­nes, ple­na­men­te anta­gó­ni­cos pero uni­dos bajo un común deno­mi­na­dor: la irres­pon­sa­bi­li­dad.

Es por ello por lo que resul­ta de enor­me inte­rés his­tó­ri­co el pro­fun­di­zar en los ras­gos y carac­te­rís­ti­cas de aque­llos perió­di­cos que tan­to influ­ye­ron en una y otra socie­dad, has­ta el pun­to de arras­trar­las al con­flic­to.

Perió­di­cos irres­pon­sa­bles

Sin embar­go, la Pren­sa espa­ño­la iba a ver­se obli­ga­da a com­ba­tir con­tra un impor­tan­te con­tra­tiem­po: los ele­va­dos índi­ces de anal­fa­be­tis­mo en el país, que algu­nas fuen­tes lle­gan a cifrar en el 80 por cien­to. No obs­tan­te, ello no es óbi­ce para que encon­tre­mos ya una opi­nión públi­ca en el sen­ti­do moderno del tér­mino, indu­ci­da por líde­res de opi­nión que leen los perió­di­cos y revis­tas y pro­pa­gan las noti­cias, que de boca en boca corren como la pól­vo­ra inclu­so entre los que no saben leer.

¿Cuál fue la acti­tud de esta Pren­sa ante los hechos que cul­mi­na­ron en la gue­rra con­tra los Esta­dos Uni­dos? Para el his­to­ria­dor Pedro Gómez Apa­ri­cio, a la pren­sa hay que atri­buir­le una res­pon­sa­bi­li­dad en el desas­tre y repro­cha su “acti­tud vocin­gle­ra, imbui­da de un sen­sa­cio­na­lis­mo for­ja­dor de la doble men­ti­ra de la inven­ci­bi­li­dad de Espa­ña y de la inca­pa­ci­dad de Nor­te­amé­ri­ca para resis­tir a nues­tras armas”.

No fue por tan­to casua­li­dad que, des­pués del estre­pi­to­so fra­ca­so en la gue­rra, la pren­sa espa­ño­la se sumer­gie­ra en un pro­fun­do perio­do de deca­den­cia. En esta línea, otros estu­dio­sos cri­ti­can su “irres­pon­sa­bi­li­dad” al con­si­de­rar pri­me­ro el alza­mien­to en Cuba como un motín sin impor­tan­cia, al pro­pa­gar des­pués una moral de vic­to­ria sobre el enemi­go ame­ri­cano, y por su pos­trer y feroz “ico­no­clas­tia”, que se com­pla­cía de des­truir inmi­se­ri­cor­de­men­te a aque­llos per­so­na­jes polí­ti­cos y mili­ta­res que había ele­va­do antes a la cate­go­ría de ído­los”.

Un depre­da­dor lla­ma­do Hearst

Pero va a ser en la nación enemi­ga, los Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca, don­de se pro­duz­ca uno de los fenó­me­nos más extra­or­di­na­rios de los orí­ge­nes del Perio­dis­mo empre­sa­rial. Por­que va a ser allí don­de naz­ca un indi­vi­duo sin­gu­lar que va a revo­lu­cio­nar de modo muy nega­ti­vo la con­cep­ción de qué es lo que debe ser y no ser la tarea de infor­mar: un suje­to capaz de todo con tal de ven­der perió­di­cos, capaz de men­tir, difa­mar, ter­gi­ver­sar e inclu­so inven­tar la reali­dad con tal de ver incre­men­ta­das las cifras de difu­sión de su rota­ti­vo: The New York Jour­nal.

Como apun­tan J. Figue­ro y C.G. San­ta Ceci­lia, perio­dis­tas y auto­res de la obra La Espa­ña del Desas­tre, William Ran­dolph Hearst “era hijo úni­co de uno de tan­tos explo­ra­do­res del Oes­te que, de aven­tu­ra en aven­tu­ra, logró hacer­se rico con los yaci­mien­tos de pla­ta”. Fue expul­sa­do de la Uni­ver­si­dad de Har­vard, tras lo cual se hizo car­go del San Fran­cis­co Exa­mi­ner, un cadu­co perió­di­co que, gra­cias a sus téc­ni­cas sen­sa­cio­na­lis­tas, se con­vir­tió en el más leí­do de la cos­ta Oes­te.

Pos­te­rior­men­te iba a alcan­zar la fama gra­cias a su mane­ra de diri­gir The New York Jour­nal, perió­di­co que, en su com­pe­ten­cia con The World, de Pulitzer, iba a tras­pa­sar todos los lími­tes éti­cos en el tra­ta­mien­to de la infor­ma­ción, has­ta tal pun­to que iba a dar lugar al naci­mien­to de un nue­va for­ma de enten­der la pren­sa: el “Perio­dis­mo ama­ri­llo”.

En efec­to, la expre­sión “Pren­sa ama­ri­lla” tie­ne su ori­gen en el par­ti­cu­lar modo de enten­der la difu­sión de noti­cias de Hearst, y pro­vie­ne del popu­lar per­so­na­je “Yellow Kid” (el “niño ama­ri­llo”), crea­ción del cari­ca­tu­ris­ta Richard Out­cault y que el Jour­nal publi­ca­ba a dia­rio en for­ma de “cómic” en el cita­do color. Pero tal deno­mi­na­ción, sinó­ni­ma hoy en día de “sen­sa­cio­na­lis­mo”, escon­día en reali­dad toda una nove­do­sa filo­so­fía a la hora de enten­der la noti­cia y su difu­sión: por­ta­das agre­si­vas, rumo­res ele­va­dos a la cate­go­ría de infor­ma­ción, dis­tin­ción poco cla­ra entre infor­ma­ción y opi­nión, exa­ge­ra­cio­nes e inven­cio­nes, gran­des titu­la­res a lo lar­go de la pri­me­ra pági­na, chis­tes y enor­mes dibu­jos que repro­du­cían los acon­te­ci­mien­tos, amén de otros deta­lles.

“Yo sumi­nis­tra­ré la gue­rra”

En su des­me­di­da obse­sión por aumen­tar sus tira­das, Hearst vio en la insu­rrec­ción de Cuba ‑obser­va­da con aten­ción por los nor­te­ame­ri­ca­nos, cuyos intere­ses eco­nó­mi­cos se cen­tra­ban con expec­ta­ción en la zona- un moti­vo para dar rien­da suel­ta a sus des­ma­nes, has­ta el pun­to de que sus men­ti­ras con­tri­bu­ye­ron real­men­te al esta­lli­do de la gue­rra con­tra Espa­ña. De este m0do, Hearst empren­dió una furi­bun­da cam­pa­ña con­tra nues­tro país blan­dien­do la máxi­ma del “todo vale”: así, cali­fi­có de “car­ni­ce­ro” al man­da­ta­rio espa­ñol Wey­ler, a quien acu­só ade­más de ser el cul­pa­ble de la muer­te por el ham­bre y la pes­te, “alia­das de la repre­sión”, de cua­tro­cien­tos mil cuba­nos.

No iba a ser éste el úni­co arti­fi­cio de Hearst: una mujer cuba­na, Evan­ge­li­na Cis­ne­ros, iba a ser la excu­sa per­fec­ta para la pro­se­cu­ción de su cati­li­na­ria con­tra Espa­ña. 

Cis­ne­ros, que se encon­tra­ba encar­ce­la­da y acu­sa­da por un deli­to de espio­na­je al que pre­ten­dió arras­trar a un mili­tar espa­ñol, fue pre­sen­ta­da por Hearst como una cas­ta don­ce­lla ase­dia­da por un libi­di­no­so pre­ten­dien­te que, al no con­se­guir sus pro­pó­si­tos, con­si­guió que la hicie­ran pre­sa. En el col­mo de su paro­xis­mo, el direc­tor del Jour­nal lle­gó a enviar a uno de sus repor­te­ros a libe­rar a la mucha­cha, algo que con­si­guió y que fue ele­va­do a sus por­ta­das como un asun­to de tras­cen­den­cia nacio­nal.

Y es que este últi­mo aspec­to va ser una cons­tan­te en el com­por­ta­mien­to de Hearst: la inter­ven­ción en la crea­ción de la reali­dad sobre la que lue­go infor­ma.

En este sen­ti­do, su con­tes­ta­ción a uno de sus dibu­jan­tes des­pla­za­dos a Cuba que pedía per­mi­so para regre­sar a su país habi­da cuen­ta la tran­qui­li­dad exis­ten­te en la isla, se ha con­ver­ti­do en una fra­se céle­bre en la His­to­ria del Perio­dis­mo: “Qué­de­se por favor. Usted sumi­nis­tre los dibu­jos. Yo sumi­nis­tra­ré la gue­rra”. O su inter­ven­ción direc­ta en el con­flic­to, al cual se tras­la­dó con un nutri­do gru­po de repor­te­ros, en una de cuyas bata­llas lle­gó a cap­tu­rar a varios sol­da­dos espa­ño­les.

Como un cla­ro expo­nen­te de la per­so­na­li­dad de Hearst bas­te citar la siguien­te anéc­do­ta: habien­do sido heri­do uno de sus corres­pon­sa­les en uno de los enfren­ta­mien­tos, éste rela­ta como el voraz direc­tor, encon­trán­do­se a su lado, le espe­ta: “Lamen­to que haya sido heri­do usted, pero ‑y su ros­tro radia­ba entu­sias­mo- ¿no ha sido esplén­di­do el com­ba­te? Debe­mos ganar a todos los perió­di­cos del mun­do”.

La men­ti­ra del “Mai­ne”

Lo que jamás pudo sos­pe­char aquel humil­de dibu­jan­te es que, poco des­pués, Hearst iba a cum­plir con cre­ces su pro­me­sa. La excu­sa defi­ni­ti­va iba a sobre­ve­nir como con­se­cuen­cia de un trá­gi­co suce­so del cual Hearst no dudó en res­pon­sa­bi­li­zar direc­ta­men­te a la Arma­da Espa­ño­la: el hun­di­mien­to del aco­ra­za­do “Mai­ne”.

Los hechos se pro­du­je­ron del siguien­te modo: ale­gan­do que en La Haba­na rei­na­ba la anar­quía ‑algo que no era cier­to- los Esta­dos Uni­dos envían el aco­ra­za­do “Mai­ne”, que atra­ca en la ciu­dad. En res­pues­ta, Espa­ña envía a Nue­va York al cru­ce­ro “Viz­ca­ya”. El 15 de febre­ro, a las diez de la noche, la embar­ca­ción nor­te­ame­ri­ca­na sufre una tre­men­da explo­sión, a con­se­cuen­cia de la cual 266 de sus tri­pu­lan­tes hallan la muer­te.

Las reper­cu­sio­nes de este suce­so iban a ser cala­mi­to­sas: a pesar de que la Capi­ta­nía Gene­ral de Cuba afir­ma­ba que la deto­na­ción se había pro­du­ci­do de for­ma “indis­cu­ti­ble­men­te casual”, y situa­ba su ori­gen en las cal­de­ras inte­rio­res, los Esta­dos Uni­dos recha­za­ron estu­diar el caso en una comi­sión con­jun­ta. El terreno, para Hearst, esta­ba abo­na­do. El Jour­nal, en su siguien­te edi­ción, titu­la­ba: “¿Quién des­tru­yó el Mai­ne?”. -”La des­truc­ción del bar­co de gue­rra Mai­ne es obra de un enemi­go”. -”La explo­sión del bar­co de gue­rra no fue un acci­den­te”. -”Los ofi­cia­les nava­les creen que el Mai­ne fue des­trui­do por una mina espa­ño­la”. Poco des­pués, empu­ja­do por una opi­nión públi­ca media­ti­za­da por Hearst, los Esta­dos Uni­dos decla­ra­ban la gue­rra a Espa­ña.

Se ha dis­cu­ti­do mucho acer­ca de si fue real­men­te Hearst quien pro­vo­có inten­cio­na­da­men­te la con­fron­ta­ción, pero lo cier­to es que la gue­rra de Cuba lle­gó a cono­cer­se en los Esta­dos Uni­dos como The Hearst´s War (La gue­rra de Hearst). Como apun­ta Fran­cis­co Ber­me­so­lo, autor del libro Los orí­ge­nes del Perio­dis­mo Ama­ri­llo, “todos aque­llos que han bus­ca­do expli­ca­ción a las cau­sas de la gue­rra han coin­ci­di­do en seña­lar con el dedo acu­sa­dor a William Ran­dolph Hearst”. Des­ta­ca tam­bién la afir­ma­ción de Edwin Emery, autor de The Press and Ame­ri­ca, para quien “el gobierno espa­ñol tenía todos los moti­vos nece­sa­rios para evi­tar un acto seme­jan­te de agre­sión, y nadie creía real­men­te que el com­plot se había tra­ma­do en Madrid”.

Pero aún iba a tener el oscu­ro direc­tor tiem­po para nue­vas inven­cio­nes: en su deseo de pre­ci­pi­tar el con­flic­to, publi­có la espe­cie de que el gobierno espa­ñol había con­tra­ta­do un emprés­ti­to para cons­truir una escua­dra y ata­car a Esta­dos Uni­dos, algo total­men­te incier­to que fue toma­do por la opi­nión públi­ca de su país como un desa­fío.

Perio­dis­ta o impos­tor

Con­for­me a todo lo deta­lla­do ante­rior­men­te, sur­ge en torno a la figu­ra de este direc­tor de perió­di­cos todo un deba­te que afec­ta a las raí­ces más pro­fun­das del com­por­ta­mien­to éti­co en el Perio­dis­mo. Afor­tu­na­da­men­te para la “bue­na pren­sa” del Perio­dis­mo, la acti­tud de Hearst des­de lue­go, fue des­de­ña­da tan­to por sus con­tem­po­rá­neos como por los estu­dio­sos pos­te­rio­res nor­te­ame­ri­ca­nos . Vea­mos qué opi­na­ron de él sus cole­gas de pro­fe­sión: Un perio­dis­ta hon­ra­do y obje­ti­vo, Edwin L. God­kin, coe­tá­neo de Hearst, en su comen­ta­rio sema­nal juz­ga­ba que “nada tan des­di­cha­do se ha cono­ci­do en la His­to­ria del Perio­dis­mo Nor­te­ame­ri­cano como la con­duc­ta obser­va­da por dos de esos perió­di­cos. Lamen­ta­ble ver­güen­za es que el hom­bre sea capaz de cau­sar seme­jan­tes males sim­ple­men­te para ven­der más ejem­pla­res” (en refe­ren­cia al World pero, sobre todo, al Jour­nal). Para Teb­bel, autor de Bre­ve His­to­ria del Perio­dis­mo Nor­te­ame­ri­cano, Hearst “agi­tó al pue­blo con acti­tu­des emo­cio­na­les que empu­ja­ron a un des­ga­na­do pre­si­den­te hacia una gue­rra que no debía haber teni­do efec­to”.

William Ran­dolph Hearst. Un indi­vi­duo que nos fuer­za a plan­tear­nos la pre­gun­ta: ¿pue­de un hom­bre capaz de men­tir, de inven­tar, dis­tor­sio­nar e inter­ve­nir en la reali­dad obje­to de infor­ma­ción, un hom­bre capaz de sobre­pa­sar todos los prin­ci­pios éti­cos en su afán mer­can­ti­lis­ta ser con­si­de­ra­do un autén­ti­co perio­dis­ta? ¿O habrá que con­si­de­rar­lo sim­ple­men­te un impos­tor?

A. L. Abad
Redac­tor cola­bo­ra­dor