Los hábitos, buenos o malos, pueden influir en los genes

Duran­te déca­das, se ha creí­do que el ADN era una estruc­tu­ra inmu­ta­ble que deter­mi­na­ba nues­tro des­tino bio­ló­gi­co. Sin embar­go, la epi­ge­né­ti­ca ha demos­tra­do que la for­ma en que se expre­san nues­tros genes pue­de ser mol­dea­da por fac­to­res exter­nos, como el esti­lo de vida y el entorno.

“La epi­ge­né­ti­ca hace refe­ren­cia a los cam­bios en la expre­sión o acti­vi­dad de los genes, pero que no alte­ran la secuen­cia del ADN. Para hacer­nos una idea más cla­ra, el ADN sería como las ins­truc­cio­nes del cuer­po y la epi­ge­né­ti­ca, las notas en los már­ge­nes para resal­tar o tachar cier­tas par­tes del tex­to”, expli­ca la Dra. Núria Pare­des, espe­cia­lis­ta en Medi­ci­na Gene­ral del Cen­tro Médi­co MGC­Mu­tua.

El prin­ci­pal meca­nis­mo epi­ge­né­ti­co es la meti­la­ción del ADN, que actúa como un inte­rrup­tor que regu­la si un gen está encen­di­do o apa­ga­do. Ade­más, las modi­fi­ca­cio­nes de las his­to­nas, pro­teí­nas alre­de­dor de las cua­les se enro­lla el ADN, y la acción de los ARN no codi­fi­can­tes, tam­bién influ­yen en la acti­vi­dad géni­ca.

“Lo fas­ci­nan­te de la epi­ge­né­ti­ca es que estos cam­bios no son per­ma­nen­tes. Se pue­den ver influen­cia­dos por fac­to­res exter­nos, como el ambien­te o los hábi­tos dia­rios. Por ejem­plo, una per­so­na pue­de tener pre­dis­po­si­ción gené­ti­ca a desa­rro­llar una enfer­me­dad, pero las seña­les epi­ge­né­ti­cas pue­den evi­tar que ese gen se acti­ve”, seña­la la Dra. Pare­des.

Dado que las deci­sio­nes dia­rias pue­den modi­fi­car la expre­sión de los genes, es impor­tan­te cono­cer los hábi­tos que tie­nen un mayor impac­to:

Ali­men­ta­ción: Los ali­men­tos influ­yen en la expre­sión géni­ca. Por ejem­plo, fru­tas y ver­du­ras ricas en anti­oxi­dan­tes favo­re­cen un fun­cio­na­mien­to salu­da­ble de los genes, mien­tras que un con­su­mo ele­va­do de gra­sas no salu­da­bles y azú­car pue­de pro­vo­car alte­ra­cio­nes nega­ti­vas.

Ejer­ci­cio físi­co: La acti­vi­dad físi­ca regu­lar pue­de rever­tir cier­tos cam­bios epi­ge­né­ti­cos aso­cia­dos con el enve­je­ci­mien­to y el seden­ta­ris­mo, ade­más de mejo­rar el meta­bo­lis­mo y la salud men­tal.

Estrés y salud men­tal: El estrés cró­ni­co pue­de indu­cir cam­bios epi­ge­né­ti­cos que aumen­tan el ries­go de enfer­me­da­des como la depre­sión o el alzhéi­mer. Prác­ti­cas como la medi­ta­ción o el mind­ful­ness pue­den ayu­dar a redu­cir su impac­to.

Expo­si­ción a toxi­nas: Sus­tan­cias como el taba­co, el alcohol y los con­ta­mi­nan­tes ambien­ta­les pue­den alte­rar la expre­sión géni­ca y aumen­tar el ries­go de enfer­me­da­des como el cán­cer. Evi­tar­las con­tri­bu­ye a man­te­ner patro­nes epi­ge­né­ti­cos salu­da­bles.

Un ejem­plo en la natu­ra­le­za

Uno de los casos más ilus­tra­ti­vos de la influen­cia epi­ge­né­ti­ca se encuen­tra en las abe­jas. Todas las obre­ras y rei­nas tie­nen el mis­mo ADN, pero la ali­men­ta­ción deter­mi­na su fun­ción en la colo­nia. Las rei­nas, que se nutren exclu­si­va­men­te con jalea real, acti­van genes rela­cio­na­dos con la repro­duc­ción y la lon­ge­vi­dad, mien­tras que las obre­ras, ali­men­ta­das con polen y miel, man­tie­nen esos genes inac­ti­vos.

“En los seres huma­nos ocu­rre algo simi­lar con los geme­los. Aun­que com­par­ten la mis­ma infor­ma­ción gené­ti­ca, con el tiem­po desa­rro­llan dife­ren­cias epi­ge­né­ti­cas debi­do a sus hábi­tos y su entorno. Esto expli­ca por qué uno pue­de desa­rro­llar una enfer­me­dad mien­tras el otro no”, con­clu­ye la Dra. Pare­des.

La epi­ge­né­ti­ca abre una puer­ta a la pre­ven­ción y el bien­es­tar, recor­dán­do­nos que nues­tras deci­sio­nes dia­rias pue­den tener un impac­to dura­de­ro en nues­tra salud.

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