Los 51 años del smiley o “carita feliz”

Los 51 años del smiley o “carita feliz”
Har­vey Ball fue el crea­dor detrás del ícono de la cari­ta más feliz del mun­do. Naci­do el año 1921 en Wor­ces­ter, Mas­sa­chu­sett, Ball fue un talen­to­so dise­ña­dor grá­fi­co cuya filo­so­fía de vida se plas­mó en ese peque­ño y sim­ple dibu­jo. Corría 1963, con el mun­do revo­lu­cio­nán­do­se, momen­to en que nació el smi­ley o “cari­ta feliz”, sin saber que ter­mi­na­ría por con­ver­tir­se en uno de los íco­nos más reco­no­ci­bles del mun­do.

El ori­gen del smi­ley

La his­to­ria del smi­ley comien­za en con una situa­ción labo­ral com­pli­ca­da. A prin­ci­pios de los años 60, la com­pa­ñía de segu­ros Sta­te Mutual Life Assu­ran­ce enfren­ta­ba una suer­te de caí­da en la moral de sus emplea­dos tras una fusión con otra empre­sa. Se les ocu­rrió que podrían levan­tar el áni­mo de su equi­po a tra­vés de imá­ge­nes, para lo cual con­tra­ta­ron a Ball, encar­gán­do­le la tarea de crear un sím­bo­lo que pudie­ra inyec­tar opti­mis­mo y un sen­ti­do de uni­dad en la empre­sa.

Har­vey Ball tar­dó ape­nas diez minu­tos en rea­li­zar el dise­ño. En un papel dibu­jó un círcu­lo ama­ri­llo con dos ojos negros y una amplia son­ri­sa. Esta expre­sión sim­ple, ale­gre y uni­ver­sal, tenía el obje­ti­vo de evo­car feli­ci­dad y ali­ge­rar el ambien­te. A cam­bio, reci­bió solo 45 dóla­res por su tra­ba­jo, sin ima­gi­nar que en el futu­ro su crea­ción sería repro­du­ci­da cien­tos de millo­nes de veces en todo el mun­do.

Un sím­bo­lo que borró fron­te­ras

El smi­ley se impri­mió en cien­tos de boto­nes que se dis­tri­bu­ye­ron entre los emplea­dos de la com­pa­ñía. La res­pues­ta fue tan posi­ti­va, que pron­to se comen­za­ron a ver estos boto­nes en otros entor­nos fue­ra de la empre­sa, lle­van­do su men­sa­je de opti­mis­mo y sim­pa­tía a muchas más per­so­nas. Duran­te la déca­da de los 70, el smi­ley se con­vir­tió en un sím­bo­lo aso­cia­do a fra­ses como “¡Que ten­gas un buen día!”, y se trans­for­mó en un ícono de la con­tra­cul­tu­ra, repre­sen­tan­do una acti­tud posi­ti­va y des­preo­cu­pa­da fren­te a la vida, pre­ci­sa­men­te en los duros años en que la lla­ma­da Gue­rra Fría cau­sa­ba un efec­to de ten­sión a nivel mun­dial.

Con el paso de los años, el smi­ley empe­zó a hacer­se pre­sen­te en todo. Des­de ropa has­ta cam­pa­ñas publi­ci­ta­rias y, final­men­te, en emo­jis en dis­po­si­ti­vos digi­ta­les. Lo que no cam­bió fue que el smi­ley sigue sien­do una repre­sen­ta­ción uni­ver­sal de la feli­ci­dad. Sin embar­go, Ball nun­ca paten­tó su dise­ño, de modo que no reci­bió las rega­lías por su crea­ción trans­for­ma­da en un fenó­meno glo­bal. Aun así, en lugar de arre­pen­tir­se se mos­tró satis­fe­cho al ver que su obra había traí­do ale­gría a millo­nes de per­so­nas.

El dise­ña­dor, cons­cien­te de la influen­cia que había alcan­za­do su dise­ño, deci­dió en 1999 esta­ble­cer el World Smi­le Day o Día Mun­dial de la Son­ri­sa, con el lema “Haz un acto de bon­dad. Ayu­da a que una per­so­na son­ría”. Des­de enton­ces, el pri­mer vier­nes de octu­bre se cele­bra este día, en el que se invi­ta a la gen­te a rea­li­zar actos de ama­bi­li­dad y a espar­cir feli­ci­dad. Ball falle­ció en 2001, pero su lega­do sigue vivo, recor­dán­do­nos la impor­tan­cia de vivir cada día con bon­dad y ale­gría.