Las marcas con inteligencia emocional venden más

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Entre las prin­ci­pa­les ten­den­cias socia­les detec­ta­das está The donut pro­blem, que refle­ja cómo nues­tras vidas giran cada vez más en torno a lo local, ale­ján­do­se de las acti­vi­da­des en el cen­tro de las ciu­da­des para orga­ni­zar­se en torno a lo que tene­mos a nues­tro alcan­ce en un radio de 15 minu­tos.

Vivi­re­mos tam­bién vidas cada vez más conec­ta­das, una ten­den­cia que se ha ace­le­ra­do con la pan­de­mia. Y a cau­sa de esta hiper­co­nec­ti­vi­dad sur­ge la ten­den­cia hacia la pri­va­ci­dad y la recu­pe­ra­ción del con­trol de nues­tros datos. Por últi­mo, el infor­me detec­ta tam­bién una ten­den­cia a una socie­dad cada vez más divi­di­da y pola­ri­za­da.

Exis­te una cla­ra corre­la­ción entre el nivel de inte­li­gen­cia emo­cio­nal y las ven­tas. Una de las con­clu­sio­nes en Espa­ña y en el res­to del mun­do es la impor­tan­cia de la varia­ble empa­tía en el gra­do de inte­li­gen­cia emo­cio­nal. Tam­bién el nivel de inno­va­ción y de desa­rro­llo tec­no­ló­gi­co son fun­da­men­ta­les. Y el seg­men­to de pobla­ción más joven es el que mejor lo per­ci­be.

Por estas razo­nes, las mar­cas deben uti­li­zar su cono­ci­mien­to de las nue­vas ten­den­cias socia­les y de medios para com­bi­nar­las y crear expe­rien­cias de usua­rio que aña­dan valor a la vida dia­ria de las per­so­nas. Esta capa­ci­dad será fun­da­men­tal a la hora de conec­tar con los con­su­mi­do­res y ser cada vez más rele­van­tes.

Entre las prin­ci­pa­les inno­va­cio­nes que están sur­gien­do en el mun­do de los medios, Carat Trends ana­li­za las nue­vas uti­li­da­des que le vamos a dar a nues­tras cáma­ras, el auge de los medios sin pan­ta­lla, la con­so­li­da­ción del pago por con­te­ni­dos, la nece­si­dad cre­cien­te de medios de comu­ni­ca­ción res­pon­sa­bles, el desa­rro­llo del meta­ver­so, ese nue­vo mun­do en línea para jugar, reu­nir­se y com­par­tir momen­tos de ocio, la pan­ta­lla social para cele­brar fies­tas y reunio­nes vir­tua­les y cómo los gran­des gigan­tes tec­no­ló­gi­cos van crean­do eco­sis­te­mas cada vez más amplios y cerra­dos.