La comunicación política o el arte de vivir gracias a que los demás no sepan.

La comunicación política o el arte de vivir gracias a que los demás no sepan.

Para ini­ciar esta nue­va sec­ción de comu­ni­ca­ción polí­ti­ca, no hemos sabi­do encon­trar un pen­sa­mien­to que defi­na mejor la reali­dad actual. Tras más de 100 años, Pío Baro­ja, lejos de que­dar tras­no­cha­do cobra un carác­ter uni­ver­sal.

El pri­mer ter­cio del siglo XX fue muy abun­dan­te en ter­tu­lias. En estos años el Nue­vo Café de Levan­te se alza­ba como uno de los luga­res de encuen­tro más impor­tan­tes del Madrid de prin­ci­pios de siglo, esca­pa­ra­te de toda una gene­ra­ción, cuya ter­tu­lia ‑cáte­dra la lla­mó Can­si­nos Asséns- lide­ró Valle-Inclán des­de 1903 has­ta 1916, fecha en que se disuel­ve por la divi­sión del gru­po entre ger­ma­nó­fi­los y alia­dó­fi­los.

En pala­bras de Valle-Inclán, “el Café de Levan­te ha ejer­ci­do más influen­cia en la lite­ra­tu­ra y en el arte con­tem­po­rá­neo que dos o tres uni­ver­si­da­des y aca­de­mias”. Ansel­mo Miguel Nie­to, Arte­ta, Azo­rín, Pío y Ricar­do Baro­ja, Bar­gie­la, Bueno, Ciro Bayo, Cor­pus Bar­ga, Juan de Eche­va­rría, Gutié­rrez Sola­na, Julio Anto­nio, los Macha­do, Vic­to­rio Macho, Ricar­do Marín, Mir, Moya del Pino, Palo­me­ro, Pena­gos, Rusi­ñol, Rego­yos, Rome­ro de Torres, Rubén Darío, Sawa, Urbano, Vivan­co, Fran­cis­co Vighi, Zuloa­ga, los her­ma­nos Zubiau­rre …, todos acu­dían allí para dar a cono­cer su obra y pen­sa­mien­tos.

"Mis amigos" de Zuloaga: Arriba a la derecha el propio Zuloaga, en primer término a la derecha José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, justo detras Valle-Inclán, Francisco Pérez de Ayala, Ramiro de Maeztu, Vicente Blasco Ibañez, Azorín, Pio Baroja (a la izquierda con boina), el Duque de Alba y Unamuno (representado por una pajarita de papel).

En aquel café, una tar­de de mayo de 1904, toca­do con su clá­si­ca boi­na “que no lle­ga­ba a cha­pe­la”, bufan­di­lla y abri­go vie­jo; con ese aire des­pis­ta­do que le per­mi­tía decir lo que pen­sa­ba sin tener que mirar siquie­ra a su opo­nen­te, Don Pío, vol­vió a sor­pren­der a los pre­sen­tes en “ese ansia de sin­ce­ri­dad y leal­tad con­si­go mis­mo” que le han con­ver­ti­do en tes­ti­go impres­cin­di­ble de una épo­ca:

“La ver­dad es que en Espa­ña hay sie­te cla­ses de espa­ño­les… sí, como los sie­te peca­dos capi­ta­les. A saber:
1)     Los que no saben;
2)     los que no quie­ren saber;
3)     los que odian el saber;
4)     los que sufren por no saber;
5)     los que apa­ren­tan que saben;
6)     los que triun­fan sin saber, y
7)     los que viven gra­cias a que los demás no saben.
Estos últi­mos se lla­man a sí mis­mos polí­ti­cos y, a veces, has­ta inte­lec­tua­les”.

Una­muno y Beni­to Pérez Gal­dós aplau­die­ron a Baro­ja.

Decía don José Orte­ga y Gaset: “Los cre­dos polí­ti­cos, por ejem­plo, son acep­ta­dos por el hom­bre medio, no en vir­tud de un aná­li­sis y examen direc­to de su con­te­ni­do, sino mer­ced a que se con­vier­ten en fra­ses hechas … Nada más natu­ral, pues, que el efec­to pro­du­ci­do por Baro­ja en la mayo­ría de los lec­to­res. Este efec­to es de indig­na­ción. Por­que Baro­ja no se con­ten­ta con dis­cre­par en más o en menos pun­tos del sis­te­ma de luga­res comu­nes y opi­nio­nes con­ven­cio­na­les, sino que hace de la pro­tes­ta con­tra el modo de pen­sar y sen­tir con­ven­cio­nal­men­te, ner­vio de su pro­duc­ción.”

Esa ten­den­cia a lla­mar a las cosas por su nom­bre y a no ador­nar la ver­dad le dio fama de hom­bre pesi­mis­ta, rudo y anti­so­cial; pero, a la pos­tre, uni­ver­sal.

Simón de María
Redac­tor