El poder que ostenta actualmente cualquier internauta de ser escuchado, visto y leído por cientos o miles de personas hace que se pregunte hacia dónde se está moviendo la forma de comunicar las noticias y si se va por el rumbo correcto.
Existen factores como la inmediatez, que hace que el ser consumidores de noticias sea una experiencia más enriquecedora en comparación con épocas pasadas, debido a las diversas herramientas que otorga al periodismo la era digital y con las que cualquiera puede enterarse en segundos de los acontecimientos que ocurren en todo el mundo.
Sin embargo, algunos dislates protagonizados por diversos medios de comunicación nos obligan a recordar que aunque las tecnologías evolucionen hacia rumbos inimaginables, existen principios básicos en el periodismo que deben respetarse y conservarse. El rigor es uno de ellos.
Cuando se habla de rigor, uno de los pilares del buen periodismo, nos referimos a la obligación que tiene todo periodista y medio de comunicación de verificar cada uno de los datos que tiene en su poder antes de darlo por válido; confrontar a las fuentes a las que hace referencia y no publicar nada hasta estar seguro plenamente de que esa información es verídica.
Por ello, la propia inmediatez se puede convertir en un arma de doble filo, si no se trata con responsabilidad la información que se publica.
Para muestra, se puede comentar una anécdota que quedará en el libro de situaciones vergonzosas protagonizadas por los medios de comunicación mexicanos: a mediados de la semana pasada, el periódico Milenio fue blanco de duras críticas debido a una pifia en la que el rigor periodístico se mostró totalmente ausente. El rotativo publicó en su portada una fotografía de contenido gráfico muy explícito, en la que aparecía una familia calcinada y cuyo titular daba a entender que eran víctimas de la explosión que ocurrió en el mercado de fuegos artificiales de Tultepec, Estado de México.
La ya de por sí desafortunada decisión editorial de publicar una placa tremendamente impactante, se vio opacada cuando usuarios de redes sociales revelaron que dicha foto no había sido capturada después de la explosión que ocurrió la semana pasada en el mercado de San Pablito, sino que correspondía a otra tragedia, la ocurrida en 2010 en San Martín Texmelucan, Puebla.
Otro ejemplo de este fenómeno pudo verse con fuerza en las pasadas elecciones para la presidencia de Estados Unidos, que incluso rayó en lo absurdo y por lo mismo debe parecernos aún más preocupante.
A pocos días de las elecciones, el dueño de una pizzería de Washington DC se percató de un aumento desmedido de seguidores en sus redes sociales, al mismo tiempo que éstas se llenaban de mensajes de odio y amenazas de muerte. Todas ellas eran derivadas de una información que afirmaba que su restaurante era el sitio en donde operaba un grupo dedicado al abuso sexual de menores, y cuya lideresa era nada menos que la candidata Hillary Clinton.
El restaurantero investigó en internet y no tardó en encontrar cientos de notas que contenían esta afirmación, y que obviamente era falsa, pero que fue ampliamente difundida por un buen número de usuarios de redes sociales y simpatizantes de Donald Trump.
Lo anterior alarmó a las autoridades y expertos en comunicación estadounidenses, pues según datos de la consultora Pew Research, el 44% de los norteamericanos se informa a través de Facebook.
La tendencia no es diferente en nuestro país. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 48,4% de los hombres y 63,6% de las mujeres de la población mexicana alfabetizada suelen enterarse de noticias a través de Internet.
Los ejemplos anteriores, y muchos más que a diario salen a la luz, son muestras de una realidad en la que tanto periodistas como consumidores de noticias tienen responsabilidad con la manera en que se maneja la información.
Dejo entrever que es necesario que se tenga especial cuidado con lo que se lee, se cree y se comparte, porque tanto portales informativos como redes sociales, sin olvidar a los medios tradicionales, se encuentran preocupantemente llenos de noticias derivadas de investigaciones periodísticas pobres, con poco sustento, con fuentes raquíticamente consultadas o de noticias, incluso, completamente falsas.
Aunque pareciera que la prioridad en estos días es otorgar información en tiempo real, es responsabilidad de los editores y jefes de información interponer la verdad sobre la inmediatez o la lucha por ganar una exclusiva. Se debe, pues, tener respeto por la información, y así mismo a los lectores y al oficio periodístico tan menospreciado en las últimas dos décadas.