El auge de los influencers exige rigor ético y legal para evitar crisis de reputación

El auge de los influencers exige rigor ético y legal para evitar crisis de reputación
El mar­ke­ting con influen­cers se ha con­ver­ti­do en una herra­mien­ta indis­pen­sa­ble en el mer­ca­deo actual, en vir­tud de su capa­ci­dad para conec­tar con audien­cias espe­cí­fi­cas, gene­rar con­fian­za y vira­li­zar men­sa­jes. Esta estra­te­gia se ha con­ver­ti­do en una de las más efi­ca­ces en el entorno digi­tal. No obs­tan­te, a pesar de sus inne­ga­bles bene­fi­cios, tam­bién impli­ca ries­gos repu­tacio­na­les sig­ni­fi­ca­ti­vos si no se ges­tio­na con el debi­do cui­da­do y pro­fe­sio­na­lis­mo.

En la actua­li­dad, una vas­ta por­ción de jóve­nes, par­ti­cu­lar­men­te los per­te­ne­cien­tes a las gene­ra­cio­nes Z y Alfa, se iden­ti­fi­can pro­fun­da­men­te con los esti­los de vida, las opi­nio­nes y las reco­men­da­cio­nes de las gran­des figu­ras de influen­cers en las redes socia­les. Es pre­ci­sa­men­te esa rela­ción cer­ca­na y de apa­ren­te auten­ti­ci­dad con su audien­cia lo que con­vier­te la pala­bra del influen­cer en una poten­te arma de per­sua­sión comer­cial, capaz de movi­li­zar deci­sio­nes de com­pra y mol­dear per­cep­cio­nes de mar­ca.

El mar­ke­ting de influen­cers ha evo­lu­cio­na­do. Las cam­pa­ñas actua­les van mucho más allá de la sim­ple exhi­bi­ción de pro­duc­tos fren­te a la cáma­ra. Las mar­cas bus­can cada vez más cola­bo­ra­cio­nes que gene­ren una auten­ti­ci­dad genui­na, que cuen­ten his­to­rias rele­van­tes y que se ali­neen con los valo­res del públi­co obje­ti­vo. Este enfo­que ha trans­for­ma­do el mar­ke­ting de influen­cers en una for­ma sofis­ti­ca­da de «boca a boca digi­tal» que, cuan­do se eje­cu­ta de mane­ra correc­ta, pue­de gene­rar resul­ta­dos de gran impac­to y retorno de inver­sión.

Tho­mas Koch, en su artícu­lo para Wir­ts­chafts­Wo­che, seña­la que exis­ten nume­ro­sos ejem­plos de mar­cas que han inte­gra­do con éxi­to a los influen­cers en cam­pa­ñas com­ple­jas y crea­ti­vas. Casos des­ta­ca­dos inclu­yen a Hugo Boss, Dove, Kau­fland o Sam­sung, que demues­tran cómo la cola­bo­ra­ción estra­té­gi­ca con estas figu­ras pue­de ampli­fi­car los men­sa­jes de mar­ca. Inclu­so sec­to­res que tra­di­cio­nal­men­te se con­si­de­ran menos aspi­ra­cio­na­les, como los pro­duc­tos de lim­pie­za, han encon­tra­do en esta estra­te­gia una vía para triun­far, como lo demues­tran las cam­pa­ñas de Lex­wa­re o Hen­kel, siem­pre que el enfo­que sea autén­ti­co, humo­rís­ti­co y genui­na­men­te rele­van­te para la audien­cia a la que se diri­gen.

Un canal efi­caz con desa­fíos repu­tacio­na­les y regu­la­to­rios

Si por un lado ofre­ce nota­bles ven­ta­jas, el mar­ke­ting de influen­cers tam­bién pre­sen­ta impor­tan­tes desa­fíos. La cer­ca­nía que los influen­cers cul­ti­van con su públi­co exi­ge una ges­tión muy cui­da­do­sa por par­te de las mar­cas. Cual­quier error, exce­so en la pro­mo­ción o, peor aún, la fal­ta de trans­pa­ren­cia en la natu­ra­le­za de la cola­bo­ra­ción, pue­de deri­var rápi­da­men­te en cri­sis repu­tacio­na­les de gran mag­ni­tud, afec­tan­do no solo al influen­cer sino, y más gra­ve­men­te, a la mar­ca aso­cia­da.

Ade­más, el entorno regu­la­to­rio ha comen­za­do a vol­ver­se más estric­to y vigi­lan­te. Nor­ma­ti­vas espe­cí­fi­cas, como el eti­que­ta­do obli­ga­to­rio de con­te­ni­do patro­ci­na­do en redes socia­les, han pues­to en aler­ta tan­to a mar­cas como a crea­do­res de con­te­ni­do. Esta exi­gen­cia de trans­pa­ren­cia bus­ca pro­te­ger al con­su­mi­dor y garan­ti­zar que este pue­da dife­ren­ciar cla­ra­men­te entre el con­te­ni­do orgá­ni­co y la publi­ci­dad encu­bier­ta.

Las auto­ri­da­des de com­pe­ten­cia, tan­to en Euro­pa como en otros mer­ca­dos a nivel glo­bal, ya están vigi­lan­do de cer­ca este tipo de cola­bo­ra­cio­nes. Esto sig­ni­fi­ca que las cam­pa­ñas deben ser abso­lu­ta­men­te cla­ras en cuan­to a su carác­ter publi­ci­ta­rio y cum­plir rigu­ro­sa­men­te con la nor­ma­ti­va vigen­te en cada juris­dic­ción. De lo con­tra­rio, tan­to las mar­cas como los influen­cers pue­den enfren­tar­se a san­cio­nes eco­nó­mi­cas con­si­de­ra­bles, a la pér­di­da irre­pa­ra­ble de cre­di­bi­li­dad ante sus audien­cias e inclu­so a boi­cots direc­tos por par­te de las comu­ni­da­des digi­ta­les, que son cada vez más exi­gen­tes y cons­cien­tes.

El éxi­to está en el equi­li­brio entre opor­tu­ni­dad y res­pon­sa­bi­li­dad

El mar­ke­ting de influen­cers pue­de brin­dar, como ya se sabe, resul­ta­dos muy satis­fac­to­rios, pero su éxi­to radi­ca en una imple­men­ta­ción que com­bi­ne estra­te­gia y pro­fe­sio­na­lis­mo. Para que esta herra­mien­ta rin­da sus fru­tos, tal como expli­ca Koch, es fun­da­men­tal ele­gir cola­bo­ra­do­res que com­par­tan los valo­res de mar­ca, en una ali­nea­ción autén­ti­ca que resue­ne con la audien­cia. Asi­mis­mo, la liber­tad crea­ti­va den­tro de un mar­co defi­ni­do es par­te de la ecua­ción, per­mi­tien­do que el influen­cer man­ten­ga su voz y esti­lo carac­te­rís­ti­cos, lo que es esen­cial para la auten­ti­ci­dad. Y, por enci­ma de todo, es impe­ra­ti­vo ase­gu­rar la total trans­pa­ren­cia en la comu­ni­ca­ción, dejan­do cla­ro cuán­do un con­te­ni­do es patro­ci­na­do.

Hoy, los influen­cers son mucho más que una ten­den­cia pasa­je­ra: son una par­te estruc­tu­ral y con­so­li­da­da de la comu­ni­ca­ción comer­cial con­tem­po­rá­nea. Y, como toda herra­mien­ta de comu­ni­ca­ción de masas, deman­dan una ges­tión que sea éti­ca, legal­men­te segu­ra y, fun­da­men­tal­men­te, cen­tra­da en la auten­ti­ci­dad y el res­pe­to al con­su­mi­dor. Si se uti­li­za sin nor­mas o sin un com­pro­mi­so con la trans­pa­ren­cia, lo que actual­men­te repre­sen­ta una opor­tu­ni­dad estra­té­gi­ca de gran valor para las mar­cas pue­de trans­for­mar­se rápi­da­men­te en un ries­go inne­ce­sa­rio y sig­ni­fi­ca­ti­vo para la repu­tación de la mar­ca, dejan­do en evi­den­cia las vul­ne­ra­bi­li­da­des inhe­ren­tes a un uso irres­pon­sa­ble de esta pode­ro­sa herra­mien­ta.

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