El aburrimiento, la llave hacia la creatividad en la era digital

En un mun­do que ido­la­tra la eufo­ria y la esti­mu­la­ción cons­tan­te, cada vez más digi­tal, el abu­rri­mien­to ha sido arrin­co­na­do como un mal a evi­tar a toda cos­ta. Sin embar­go, un aná­li­sis de exper­tos en salud men­tal, jun­to a una refle­xión sobre la era digi­tal, reve­la que este esta­do de apa­ren­te vacío es en reali­dad un espa­cio fér­til para la crea­ti­vi­dad, la refle­xión pro­fun­da y la cons­truc­ción de una vida más cons­cien­te. Lejos de ser un enemi­go, el abu­rri­mien­to emer­ge como un cata­li­za­dor para la inno­va­ción y el auto­co­no­ci­mien­to.

Como advier­te la revis­ta Rolling Sto­ne, la cul­tu­ra actual se ha ins­ta­la­do en un “cul­to a la eufo­ria”, un esta­do men­tal en el que cual­quier atis­bo de cal­ma o quie­tud se per­ci­be como una ame­na­za o una pér­di­da de tiem­po. Este fre­ne­sí es ago­ta­dor, y según espe­cia­lis­tas en salud men­tal, fun­cio­na como una adic­ción. La bús­que­da ince­san­te de emo­cio­nes inten­sas, al igual que una adic­ción, hace que cada dosis de entu­sias­mo pier­da efi­ca­cia con el tiem­po, obli­gan­do a la men­te a deman­dar un estí­mu­lo cada vez más fuer­te para sen­tir la mis­ma satis­fac­ción. El siquia­tra argen­tino Alfre­do H. Cía des­cri­be esta diná­mi­ca como una “adic­ción con­duc­tual”, com­pa­ra­ble al con­su­mo de sus­tan­cias, que tie­ne el poten­cial de con­ver­tir hábi­tos ino­fen­si­vos, como el uso de redes socia­les, en com­pul­sio­nes que des­gas­tan la men­te y el espí­ri­tu.

La crea­ción nace del silen­cio y la pacien­cia

Fren­te a esta cul­tu­ra de la sobres­ti­mu­la­ción, el abu­rri­mien­to se pre­sen­ta como un valio­so terreno de resis­ten­cia. La sicó­lo­ga María Ceci­lia Antón lo defi­ne como un “pre­lu­dio de la crea­ción”, un momen­to de apa­ren­te vacío que, en reali­dad, per­mi­te que la men­te diva­gue y que de ese espa­cio emer­jan la ima­gi­na­ción, el pen­sa­mien­to crí­ti­co y las cone­xio­nes más pro­fun­das con uno mis­mo y con los demás. Se tra­ta de un tiem­po de intros­pec­ción que la eufo­ria digi­tal ha borra­do casi por com­ple­to de la vida moder­na.

Como con­tra­par­te, las redes socia­les han ali­men­ta­do una aten­ción frag­men­ta­da y super­fi­cial. El fenó­meno de la “men­te de tres segun­dos”, aso­cia­do al con­su­mo de con­te­ni­dos rápi­dos en pla­ta­for­mas como Tik­Tok, evi­den­cia la difi­cul­tad cre­cien­te para man­te­ner la con­cen­tra­ción en tareas que exi­gen pacien­cia y un enfo­que pro­lon­ga­do. En con­se­cuen­cia, esta lógi­ca del estí­mu­lo rápi­do y la recom­pen­sa ins­tan­tá­nea ero­sio­na la dis­ci­pli­na, aumen­ta la impul­si­vi­dad y debi­li­ta la capa­ci­dad de pos­ter­gar las recom­pen­sas, habi­li­da­des fun­da­men­ta­les para el desa­rro­llo per­so­nal y pro­fe­sio­nal.

El abu­rri­mien­to como resis­ten­cia

Des­de la filo­so­fía, Cami­lo Reta­na advier­te que es cru­cial no con­fun­dir el abu­rri­mien­to con la pere­za ni con la apa­tía exis­ten­cial. Se tra­ta, más bien, de un freno cons­cien­te a la sobres­ti­mu­la­ción, un espa­cio de silen­cio que abre la posi­bi­li­dad de nue­vos pro­yec­tos, refle­xio­nes y for­mas de crea­ti­vi­dad que no nacen en medio del rui­do cons­tan­te, sino en la cal­ma. Esta idea resue­na con el pen­sa­mien­to del filó­so­fo coreano Byung-Chul Han, un crí­ti­co de la “socie­dad del can­san­cio”, quien ya había seña­la­do que la obse­sión con el ren­di­mien­to y la emo­ción cons­tan­te, lejos de libe­rar, en reali­dad con­du­ce a un esta­do de auto­ex­plo­ta­ción.

En este con­tex­to, colin­dan­te con el estrés, abu­rrir­se pue­de enten­der­se como un acto de resis­ten­cia, como un dere­cho a dete­ner­se, a recu­pe­rar el tiem­po pro­pio y a habi­tar el pre­sen­te con mayor ple­ni­tud. Acep­tar el abu­rri­mien­to impli­ca desa­fiar el man­da­to cul­tu­ral de estar siem­pre acti­vos, conec­ta­dos y entre­te­ni­dos. Es, en defi­ni­ti­va, res­ca­tar un espa­cio ínti­mo que, lejos de ser un vacío sin sen­ti­do, se con­vier­te en la semi­lla de la crea­ti­vi­dad, el pen­sa­mien­to crí­ti­co y de una vida más cons­cien­te.

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