Toda actividad, por nimia que sea, conlleva un riesgo por lo que resulta de máxima utilidad aprender a saber correr riesgos calculados.
Partiendo de la máxima de que no hay que rehusar a los desafíos, pero tampoco hay que ser un ‘jugador’, como norma general, conviene evitar:
- Situaciones que no prometen gran cosa aunque el riesgo sea muy pequeño.
- Situaciones en que las que el riesgo es excesivo, porque lo que uno quiere es triunfar.
Nuestra capacidad para asumir riesgos aumenta cuando:
- Confiamos en nosotros mismos.
- Estamos dispuesto a poner en juego toda nuestra capacidad para incrementar al máximo nuestras probabilidades de éxito.
- Sabemos evaluar con realismo los riesgos y nuestra capacidad para influir en dichas probabilidades.
- Consideramos los riesgos desde el punto de vista de las metas que nos hemos propuesto.
Antes de tomar la decisión de asumir o no un riesgo, conveniene responder una serie de preguntas:
- ¿Vale la pena correr este riesgo para alcanzar el fin que me he propuesto?
- ¿Cómo puedo reducir el riesgo en la mayor medida posible?
- ¿Qué información me hace falta antes de asumir el riesgo?
- ¿Con qué recursos humanos y de otra índole sería posible reducir el riesgo y alcanzar el objetivo?
- ¿Es éste un riesgo de envergadura?
- ¿Cuáles son mis temores ante este riesgo?
- ¿Estoy verdaderamente dispuesto a no escatimar esfuerzos para alcanzar el objetivo?
- ¿Qué es lo que conseguiré si corro este riesgo?
- ¿Qué preparativos tengo que hacer antes de asumir el riesgo?
- ¿Cómo podré determinar en términos cuantitativos si he alcanzado mi objetivo?
- ¿Cuáles son los obstáculos principales para conseguir mis fines?