Quienes se desenvuelven profesionalmente en el universo de la creatividad suelen sacar a relucir ajos y pimientas cuando hablan sobre sus clientes. Y eso que sin estos “molestos” clientes los creativos morirían de inanición. ¿El problema? Que muchos de los clientes a los que los creativos prestan sus servicios no saben cómo tratar a las personas de cuya inspiración depende el éxito de sus anuncios.
En el libro Dear Client la diseñadora Bonnie Siegler proporciona a los clientes una serie de claves para trabajar de manera más fluida con los sensibles creativos. Fast Company recoge a continuación las claves más más importantes compiladas por Siegler en Dear Client:
1. Cuénteles el problema, no la solución. Los “briefings” que aterrizan en manos de los creativos deben ser pródigos en problemas, pero no tener en ningún caso la osadía de sugerir soluciones. Ese es, al fin y al cabo, el trabajo de los creativos.
Cuando el cliente sugiere una solución, tiende a agarrarse a ella como a un clavo ardiendo y termina constriñendo la creatividad del equipo creativo al que está pagando para hallar soluciones alternativas que probablemente sean además mejores.
Otro peligro asociado a las soluciones puestas sobre la mesa por el cliente es que el creativo contraponga una y otra vez sus propias ideas a esa solución para acabar cortando a estas últimas las alas, lo cual es sumamente peligroso en términos creativos.
2. Sea cauteloso con las palabras que salen de su boca. En ocasiones no es lo que dice el cliente sino cómo lo dice lo que acaba lastimando la delicada relación entre clientes y creativos. Los clientes pecan muy a menudo de una áspera franqueza y de vaguedad elevada a la máxima potencia cuando se comunican con los creativos.
A los profesionales de la creatividad no les gusta que el cliente les espete algo como “haz el logo más grande”. En cambio, están prestos a colaborar si el cliente da la vuelta a esta frase y la sustituyen por esta otra: “No puedo evitar preguntarme cómo quedaría esta imagen si fuera algo más grande”.
De manera similar, “lo odio” es una frase suficientemente ponzoñosa como para triturar la relación. En lugar de descolgarse con una frase tan cortante, los clientes harían bien en reformularla de la siguiente forma: “¿Me lo podrías explicar?”.
3. A un creativo no le interesa lo que piensa la esposa del cliente. En ocasiones el cliente se pone en contacto con el creativo para decirle que ha mostrado su trabajo a su esposa o, en su defecto, a su marido, su hija o su primo, y que la persona a la que ha solicitado consejo le ha asegurado que habría que dar una vuelta de tuerca al proyecto.
¿El problema? Que es muy probable que la esposa del cliente tenga un excelente buen gusto, pero no ha leído en ningún momento el “briefing” del que ha emanado el trabajo que ha llegado a sus críticos ojos, no ha estado involucrada en su gestación y no ha participado en ninguna de las reuniones en las que se ha discutido sobre el proyecto. Y eso resulta inevitablemente frustrante para los creativos.
La opinión de la esposa del cliente es válida de la misma manera que podría serlo la de cualquier otra persona. Está bien que el parecer de la esposa salga a colación, pero siempre y cuando el mismo haya sido discutido previamente con más personas y esté verdaderamente en sintonía con el “briefing” previamente entregado al creativo.
Nada es más frustrante para un creativo que su trabajo sea echado por tierra por culpa de una trivial conversación surgida al calor de la almohada.
Si, de todas formas, la idea de la esposa acabará imponiéndose, sería de agradecer que la autora participara en futuras reuniones y estuviera directamente involucrada en la toma de decisiones.